BELLA ANDRE

martes, 1 de noviembre de 2016

CAPITULO 31 (PRIMERA HISTORIA)





El primer pensamiento de Pedro cuando llegaron a la casa de los padres de Paula la noche siguiente fue La mía es más grande y casi se echó a reír a carcajadas ante el ridículo pensamiento. Sin embargo ¿No se había pasado años intentando superar a todos los de su alrededor? ¿A todos los que pensaban que eran superiores al muchacho del remolque?


Lo hizo mejor que todos ellos juntos, en verdad mucho mejor, y no parecía importarle demasiado.


Paula, salió del asiento del Rolls-Royce que sus padres habían enviado, con movimientos extrañamente rígidos, parecía que tuviera una barra de hierro desde el culo hasta el cuello, y Pedro no podía dejar de preguntarse si ella se avergonzaba de que su “gente” la viera con él.


La noche anterior en el campo de futbol, antes de que ella lo atara y lo poseyera a su manera, había sido realmente el momento en el que más habían hablado, con cualquier otra mujer aquello habría sido suficiente para Pedro. Y lo más sorprendente es que había empezado a desear más.


—No tendremos que quedarnos mucho tiempo —dijo ella con voz entrecortada y tensa— beberemos y comeremos algo y nos marcharemos.


Él adoptó una postura relajada con la esperanza de que influyera en ella.


—No te preocupes, estoy feliz haciendo todo lo que me pidas.


Ella pareció enojada.


—No necesito que hagas nada. Ni siquiera deberías estar aquí.


Controlando enérgicamente la expresión rebelde de su rostro, ella cogió su mano.


—Gracias, por hacer esto, esta noche deberías estar descansando y no viéndote obligado a intercambiar opiniones con los amigos de mis padres.


Pedro quería acercarla a él y decirle que jugaría en la defensa esta noche por ella, cuando apenas sus dedos la rozaron ella se separó bruscamente.


— ¡Papá! —dijo con voz anormalmente aguda.


Pedro miró a lo alto de la escalera para ver si su padre había cambiado mucho en esos diez años.


No. Seguía siendo delgado, bronceado e impecablemente vestido. Un Rolex brillaba en su muñeca.


La expresión de Pedro no mostró su antipatía.


—Llegas tarde —fue todo lo que dijo a modo de saludo.


Apenas empezó a disculparse por el tráfico, cuando su padre la cortó.


—Es estupendo volver a verte de nuevo —le dijo a Pedro.


Pedro no olvidaría el día en que se conocieron. Él era alumno junior de secundaria y el padre de Paula quería, como todo el mundo, sacar partido de la superestrella. Pedro estaba destinado a ser un profesional con mucho dinero, pero primero tendría que escoger su plataforma de lanzamiento.


Augusto Chaves era un hombre de Notre Dame, y había sido enviado para atraer a Pedro usando todos los medios posibles.


La mayoría de los muchachos de dieciséis años se habrían sentido intimidados por comer en el Ritz —donde los camareros no le habían pedido que se identificara— por la botella de champan de 1000 dólares, el caviar, el filet mignon y las prostitutas que esperaban en la limusina después de cenar.


Pero Pedro se encontraba más a gusto entre hamburguesas, hablando sobre estrategias, que con los manteles blancos y los camareros que se inclinaban serviles. Prefería estar jugando en la piscina con sus amigos, que escuchar a un imbécil hablar sobre la gran inversión que había hecho y como dirigía su empresa con mano de hierro. Las dos cosas que el padre de Paula le dijo sobre el fútbol le sonaron raras, como si las hubiera leído en algún libro, o hubiera memorizado las palabras de un comentarista de televisión.


Así que, sí, recordaba a su padre. Solo que ahora se preguntaba cómo no la había valorado a ella por sobrevivir con un padre tan gilipollas.


Un golpe invisible se estrelló contra su pecho cuando la respuesta se deslizó sobre él: Porque pensaste que estabas sobreviviendo a lo peor, ¿no pensaste que nadie más estuviera en la misma situación que tú, verdad?


—Nos sentimos todos encantados cuando descubrimos que nuestra Paula estaba trabajando contigo.


Pedro casi esbozó una sonrisa. Paula, seguro que no estaba satisfecha. Lo que había sido una gran parte de su encanto.


El padre de ella siguió rebuznando en el silencio.


—Un cliente como tú, seguramente aumentará su reputación y debería estar muy agradecida a los Outlaws por pensar en ella.


Paula permanecía en silencio. Pedro estaba acostumbrado a sus respuestas rápidas e inteligentes y no le gustaba verla comportarse así, reducida a nada más que a la guapa hija de un hombre rico.


Exactamente como pensaba que había sido en secundaria.


Pedro sonrió levemente.


—Yo insistí en trabajar con Paula, hablé con mi agente dándole a entender que no lo haría con otra persona.


La gratitud prácticamente se filtraba por los poros de Paula y él quería romperle la cara al padre.


El hombre parpadeó e intentó llevárselo hacia adentro, dejándola de pie sola junto a la limusina. Él intentó encontrar su mirada, pero ella observaba fijamente sus zapatos.


— ¡Qué mierda!


Pedro se apartó del padre y regresó a su lado, le levantó la barbilla con un dedo bloqueando la mirada curiosa de su padre con su ancha espalda.


—Somos un equipo —dijo— Tú me has apoyado durante toda la semana, ahora me toca a mí, ¿De acuerdo?


Sus ojos estaban brillantes y él sostuvo su mirada durante unos segundos hasta que consiguió centrarlos nuevamente.


—De acuerdo —Ella habló tan bajo que casi no pudo oírla.


Pedro mantuvo su brazo firmemente alrededor de la cintura de Paula mientras caminaban hacia la entrada. Una joven y alegre rubia les sonrió.


— ¡Que sorpresa! — dijo— ¡Estás aquí!, soy Susana, es muy emocionante conocerte.


Pedro conocía a millares de mujeres como esa y se había acostado con un buen número de ellas. Era curioso como una semana con Paula había cambiado las cosas, porque era seguro que no se sentía atraído por esa muchacha.


Naturalmente era bonita, y tenía las tetas grandes. Pero él tenía predilección por las mujeres inteligentes, interesantes y con grandes pechos, y Paula se ajustaba perfectamente.


Paula se puso rígida en su brazo.


—Supongo que es usted la nueva secretaria de mi padre.


La chica asintió alegremente.


—Desde abril.


Ah, claro. Augusto estaba liado con su secretaria, y si no se equivocaba con chicas como ella regularmente.


Pedro había escuchado las suficientes conversaciones del equipo, para saber que cuando las personas en las que confías mienten y te engañan aprendes a no confiar nunca más.


Había sido un largo camino para comprender el inicial distanciamiento de Paula con él. De acuerdo que se había equivocado con ella en el instituto, pero la forma en que se mantuvo apartada era algo más.


Mirando a su padre y a su nueva “secretaria” definitivamente dejaba las cosas muy claras.


Susana giró hacia Paula.


—Debes sentirte muy afortunada por trabajar con el legendario Pedro Alfonso.


El estremecimiento de Paula fue imperceptible para todos excepto para él y deseó como el infierno estar en cualquier otro sitio que no fuera ése. Si al menos ella le hubiera dicho que su padre era un toca pelotas, podría haber evitado esta reunión y haberse ido a algún lugar los dos solos.


—Paula es increíble —dijo haciendo hincapié en su nombre a la guapa y tonta chica de Augusto— Soy yo el afortunado.


Miró hacia las escaleras y vio una versión descolorida y más mayor de Paula tambaleándose por la amplia escalera curvada. Todos siguieron su mirada viendo a una mujer agarrándose firmemente a la barandilla a cada paso. El pelo le caía por el rostro como a Paula y la forma de su boca era parecida


Llegó abajo sin levantar la mirada ni una vez, un camarero apareció con una bandeja con champan, tomó una copa que vació rápidamente antes de cambiarla por otra llena y dirigirse a la sala.


De repente lo comprendió: la madre de Paula era alcohólica.


Podía sentir como Paula se encogía de vergüenza. Todo lo que quería era que sus padres se comportaran normalmente esa noche ante Pedro.


Y como suponía, eso era exactamente lo que estaban haciendo.


Su padre tenía una nueva amante haciéndose pasar por secretaria y su madre estaba ahogando su vergüenza con la bebida.


Ella no quería que Pedro viera esa parte de ella y se sentía vulnerable, expuesta, le revolvía el estómago.


—Disculpadme —dijo huyendo a la cocina, que estaría llena de personal disponiendo la comida y no le prestarían la menor atención. Pedro tendría que apañárselas solo esta noche. Ella no podía manejar eso.


Solo pensaba en encontrar un lugar donde refugiarse, el lugar en que siempre se escondía cuando era una niña. Su habitación. Subió los escalones de dos en dos, y el pasado regresó.


De nuevo tenía tres años, huyendo de las peleas de sus padres, de sus voces alteradas y de sus caras desfiguradas.


Tenía seis años, se preguntaba por qué su madre hablaba tan gracioso, liándose con las palabras en la mesa cuando comían.


Tenía diez años, y odiaba a su padre por hacer que su madre se pusiera triste cuando regresaba tarde a casa, saltándose la cena y odiaba a su madre por ser débil y aceptarlo.


Tenía catorce años, subía los escalones para soñar con un nuevo chico de la escuela, un jugador de fútbol que ni siquiera sabía que existía.


Tenía dieciocho años, regresaba a casa por la mañana después de la más maravillosa y horrible noche de su vida, en la que había perdido la virginidad con el jugador estrella de la escuela, el mismo que no la había mirado ni hablado durante cuatro años.


Ahora tenía casi treinta años y todavía subía corriendo los escalones para esconderse de todo lo que no quería hacer frente, todavía buscaba a alguien a quien amar, que la correspondiera.


Giró a la derecha al final de la escalera y por un segundo se preguntó lo que se encontraría tras la puerta cerrada de la habitación de su infancia.


Conteniendo la respiración giró el picaporte dorado, todo estaba como lo había dejado. La colcha de flores de Ralph Lauren, los posters del Fantasma de la Opera y de Les Mis.


Todas las cosas que había abandonado, todavía estaban allí, cogiendo polvo, esperando a que regresara a por ellas.


Su madre no había tocado su cuarto, no había quitado nada. 


Eso habría sido demasiado esfuerzo para Carolina.


De repente se preguntó si no serían más parecidas de lo que pensaba, después de todo no estaba más dispuesta que su madre a hacer frente a los recuerdos y las emociones que estaban en esa habitación.


Tal vez subir no había sido una buena idea después de todo. 


Quizás pudiera bajar rápidamente y esperar en la limusina a que la fiesta terminara. Sus padres no notarían su ausencia, no con su padre concentrado en cómo impresionar a sus invitados con Pedro, y su madre bebiendo para olvidar.


Un golpe sonó en la puerta, la hermosa figura de Pedro llenó el hueco.



— ¿Te importa si me quedo contigo?


Una mezcla de alivio y humillación la inundó. Se alegraba de no tener que fingir ante Pedro que era la feliz hija de la casa, él se había dado cuenta en un abrir y cerrar de ojos, ahora conocía sus secretos.


Sabía de dónde venía y lo que había estado escondiendo.


—Claro —dijo con voz temblorosa— entra.


Entró y la habitación se empequeñeció ante sus ojos. Sus anchos hombros y su altura llenaron su dormitorio, cambiándolo en un momento de una infancia inocente a algo misterioso.


Peligroso.


— ¿Así que aquí es donde creciste? —él miró la cama— Donde dormías.


Ella tragó saliva asintiendo.


—Tengo que saberlo, ¿Qué te ponías para dormir?


Las mejillas le ardían.


—No mucho —admitió cuando él se aproximó.


—Bien, muy bien —y entonces— es bueno que no lo supiera en el instituto, porque tenía una erección cada vez que te veía caminar por los pasillos, pensar en ti desnuda sobre esa cama me hubiera llevado al límite.


De repente Paula no pensó en sus padres, o en lo avergonzada que estaba con su comportamiento.


Al contrario, en lo único que conseguía concentrarse era en lo bien que se sentía siempre que Pedro estaba cerca de ella, en lo mucho que lo quería.


—Tengo una idea —dijo él sentándose al borde de su cama, una cama en la que nunca había estado con un chico, solo alguna que otra masturbación.


—Soy toda oídos —dijo, a pesar de que la respuesta más honesta habría sido que era toda hormonas siempre que él estaba a su alrededor.


—Ven aquí —dijo acariciando suavemente su costado.


Paula se aproximó a sus rodillas, él tiró de ella acercándola. 


Su calidez y sus duros músculos la dejaron sin aliento.


—Todo el mundo está ocupado bebiendo y charlando abajo. 
Creo que tenemos algo más de una hora para matar antes de cenar y ver la cama me ha dado muy buenas ideas.


—No sé si debería —susurró ella.


—Yo creo que sí —dijo con un guiño y, en aquel momento, Paula no pudo evitar enamorarse un poco más de Pedro.




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