BELLA ANDRE
martes, 1 de noviembre de 2016
CAPITULO 30 (PRIMERA HISTORIA)
Hasta ahora había estado al mando decidiendo dónde y cuándo tenían sexo, incitándolo todo el tiempo. Paula no estaba en condiciones de ser rechazada, herida por él.
— Si quieres lo suficientemente algo creo que debes ir a por ello.
Ignorando los rápidos latidos de su corazón ella dijo:
— Realmente me lo he pasado muy bien esta noche y solo una cosa podría mejorarlo.
El fuego saltó en sus ojos y ella podía jurar que tuvo una erección instantánea.
— ¿Qué sería? — preguntó él recostado contra la tribuna de madera.
— Sigo viendo aquella imagen —comenzó lentamente— de ti, con los ojos vendados. — Hizo una pausa para que sus palabras se asentaran.
— Continúa.
— Desnudo.
Él tragó saliva asintiendo con la cabeza.
— ¿Algo más?
Ella movió las caderas del duro banco, su piel estaba tensa y cálida ante la traviesa imagen que tenía en mente.
— Creo que estás atado con algo.
— Podríamos habernos ido después del postre, lo sabes.
Sus palabras eran suaves, pero la desesperación tras ellas desmentía su tono calmado.
Paula se humedeció los labios.
— No se me da bien ser grosera.
— Siempre que continúes tramando planes brillantes como éste, puedes ser tan educada como quieras.
La atrajo a sus brazos y ella se sintió tan segura y protegida con su fortaleza. Le levantó la barbilla para que lo mirara.
— Te deseo, durante todo el día, cada hora pienso en ti, en tocarte, en estar contigo.
— Me pasa lo mismo a mí, exactamente lo mismo.
La besó en la boca acariciándola, saboreándola, diciéndola cuanto la deseaba. Ella se acercó presionando sus senos en la dura pared de su pecho, enredando sus dedos en el pelo suave. Deslizó su lengua en la boca, cubriendo sus pechos con las manos apretándolos hasta que ella estuvo gimiendo.
Sus manos recorrieron su cuello, sus hombros, las ondulaciones de su pecho y abdomen hasta que encontró el dobladillo de la camiseta de los Outlaws. Pasó los dedos ligeramente bajo el algodón suave y el estómago de él se contrajo, apretando más los labios contra los de ella.
Sintió que perdía el control y desesperadamente intentó recordar su plan original.
Quería enseñarle lo que era estar a su merced, esclavo de sus deseos, y al mismo tiempo quería darle placer, demostrarle del modo más íntimo lo especial que era.
Retirándose de su boca, preguntó.
— ¿Estás preparado para hacer de mi sueño una realidad?
— Aquí tienes tu venda para los ojos — respondió él quitándose la camiseta.
Ella se rió a pesar de que una voz en su cabeza le decía que él era muy bueno en eso, que seguramente habría jugado ese juego muchas veces con otras mujeres.
— Tal vez deberíamos regresar a mi casa —dijo luchando contra la vocecilla interior y preguntándose por qué le había contado a Pedro su secreta fantasía. Y lo que es peor ¿no sería ella la que saldría peor parada al final?
Levantó la vista y se dio cuenta de que la observaba de cerca.
— Nadie nos molestará —dijo él— Especialmente si las luces están apagadas.
Bajó las gradas, cruzó el campo y apagó las luces por lo que el estadio quedó bañado por la tenue luz de la luna.
El sexo con Pedro era arriesgado y excitante, pero era algo más que los lugares locos en los que lo hacían, no importaba donde estuvieran, compartían una intensa conexión.
Una conexión que ella nunca podría encontrar en nadie más.
Él hizo un gesto para que lo acompañara a la base de las gradas.
— Hay una forma más para asegurarnos de que no daremos un espectáculo gratuito a los vecinos.
Paula atravesó cuidadosamente las empinadas filas y a cada paso recuperaba su confianza sensual. Cuando él apuntó hacia un espacio oscuro bajo las gradas, Paula no podía esperar a llegar al lugar para atar a su magnífico amante temporal.
— Date la vuelta —dijo con una voz sexy, entonces puso la camiseta alrededor de sus ojos, mientras él estaba de espaldas, le pasó las manos por el increíble pecho, sus músculos se tensaron y flexionaron bajo sus palmas, apretó los pechos contra su espalda apoyando la mejilla en sus omóplatos.
Pedro olía a hierba recién cortada y a sexo y ella guardó eso profundamente en su memoria.
Lentamente lo rodeó, disfrutando de la vista desde todos los ángulos, se sintió complacida al ver la fuerte erección que empujaba contra el cierre de sus pantalones. Dando las gracias porque su vestido tuviera un cinturón largo, lo desató rápidamente y lo sostuvo entre sus manos
— Las manos sobre la cabeza —ordenó, poniéndose de puntillas para atar la banda de seda alrededor de sus muñecas. Cuando terminó dio un paso atrás, amando lo bien que se veía estirado ante ella, esperando ser tocado.
Ella se golpeó los labios con el dedo.
— Te diría lo que te voy a hacer ahora —dijo — pero entonces la venda no tendría sentido ¿no es verdad?
— Yo soy un tipo que corre riesgos —dijo Pedro y ella sonrió.
Ella también lo era.
Le desabrochó el botón del pantalón, dejando que sus dedos se deslizaran sobre la polla cubierta por el algodón de la ropa interior, mientras le bajaba la cremallera.
Después de bajarle los pantalones hasta las caderas, deslizó un dedo en la abertura de los bóxers encontrando la piel suave y sedosa, lo movió hacia arriba y seguidamente de arriba abajo por toda la dura longitud. Él gimió y un calor húmedo la inundó. Ni siquiera la había tocado y ya estaba a punto de correrse.
Una parte de ella quería jugar con él, hacerle suplicar, pero más que eso quería sentirlo en su boca, sentirlo empujando entre sus labios, sus mejillas, su garganta.
En un instante le bajó los calzoncillos y se arrodilló ante él.
Su pene era hermoso y perfecto, levantado orgulloso ante ella.
Sopló sobre él y la caliente respiración hizo brotar una gota de pre-semen que ella extendió con la lengua, saboreándolo.
Él gimió nuevamente.
Cogiendo la base del miembro con su mano se humedeció los labios y movió la hinchada cabeza alrededor de la humedad de su boca, saboreando la excitación dulce y salada de él. Lo siguiente que supo fue que estaba chupando el grueso miembro, llevándolo hasta el final de su boca, hasta la garganta, tirando de él con las mejillas mientras bombeaba el eje con la mano. La otra mano subió hasta su pecho, mientras se hacía más grande y más duro con cada pasada juguetona de su lengua, ella gemía en torno a su polla, instándole a correrse.
Él se quedó completamente inmóvil durante un largo rato antes de balancearse frenéticamente contra sus labios, cuando quiso darse cuenta, él se había soltado el cinturón de seda y ella estaba tumbada de espaldas sobre la tierra blanda bajo las gradas. Pedro estaba encima de ella, levantándole el vestido y retirándole las bragas de los húmedos labios de su coño.
Entonces se introdujo en ella y la besó, se sentía tan segura, tan maravillosamente a salvo con él, que su clímax llegó, bella y rápidamente, la luna brillaba entre los soportes de madera, iluminando lo suficiente para que pudiera observarlo mientras se corría, con una expresión que casi parecía de amor.
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