BELLA ANDRE

domingo, 27 de noviembre de 2016

CAPITULO 34 (TERCERA HISTORIA)






Virginia la siguió hasta la enorme casa de Pedro.


—Huele muy bien. ¿Él tiene un cocinero?


Paula hizo un sonido que esperaba que pudiera ser interpretado ya sea como un sí o un no, dependiendo de lo que la respuesta correcta resultara ser. Pero cuando doblaron la esquina de la cocina, tuvo que parar y apuntalar sus súbitamente débiles piernas. ¿Había algo más sexy que un hombre que sabía cómo cocinar?


La espalda de Pedro estaba hacia ellas mientras él removía la comida en varios recipientes, luego se inclinó para comprobar el horno. Paulaa estaba empezando a darse cuenta de la cantidad de dinero que su marido tenía. No necesitaba cocinar para alimentarse. Y desde luego, no tenía necesidad de hacer ninguna maldita cosa, como cocinar la cena, para tratar de meterse en sus pantalones. Una mirada
ardiente era todo lo que tomaba.


Él estaba recogiendo un cuchillo y volviéndose hacia su tabla de cortar en la isla de la cocina cuando las vio.


—Paula, cariño, estás en casa.


Su nombre en sus labios, junto con el cariño y el calor intenso en sus ojos mientras bebía de ella, hizo que estremecimientos corrieran a lo largo de toda su piel.


—Hola.


De repente se sintió tímida, pero Virginia iba a sospechar muy pronto si ella no actuaba un infierno mucho más cómoda con su marido que esto.


—Dulzura —dijo ella alegremente—, esta es mi amiga Virginia.


Su boca se curvó en esa maravillosa media sonrisa de la que no podía conseguir suficiente. Después de bajar los quemadores de la estufa de gas, él se adelantó con la mano extendida.


—Realmente aprecio que trajeras a Paula a casa, Virginia. —Se acercó a Paula y entrelazó sus dedos con los de ella mientras la atraía hacia sí y presionaba un beso en su frente—. Hay un montón de comida. Quédate a cenar. Me encantaría llegar a conocer a una de las amigas de Paula.


Virginia miró entre ambos.


—Gracias. Y todo huele bien, pero no quiero interrumpir sus planes.


Egoístamente, Paula estaba desesperada por estar a solas con Pedro. ¿Cómo, se preguntó de repente, había estado tantas horas sin tocarlo? ¿Sin besarlo? ¿Sin estar abrazada contra su calor? ¿Sin respirar su aroma limpio y masculino?


Pero al mismo tiempo, la invitación a cenar se sentía tan normal. Como si él fuera realmente su marido. Y ella fuera realmente su esposa.


La esperanza estaba forjando otra muesca dentro de su pecho mientras decía:
—Nos encantaría que te quedaras, Virginia.


—Bueno, si están seguros, entonces me encantaría.


A medida que ponían la mesa del comedor y ayudaban a servir y llevar la comida, a Paula le encantó la forma en que Pedro hizo sentir a Virginia tan cómoda.


Y estuvo sorprendida al descubrir que su amiga era una gran fanática del fútbol.


Pero a pesar de que pudo haber mantenido fácilmente la conversación siendo él el tema de conversación, estuvo verdaderamente interesado en conocer mejor a Virginia. ¿Cómo ella no había sabido que Virginia había vivido en Francia durante varios años después de la universidad?


Por la forma en que la gente hablaba de Pedro y la parte del juego que había visto el domingo, Paula entendía que él era un gran jugador de fútbol, pero cada momento que pasaba con él le dejaba en claro que era mucho más que sólo un
atleta espectacular. Era una gran persona, punto.


Cuando ella hizo todo excepto lamer su plato hasta limpiarlo, tuvo que reírse de sí misma. Él podría haber ganado su amor solo con la cena.


—No puedo creer que hicieras esto —dijo ella, aproximadamente por centésima vez, mientras debatía en pedir por tercera vez el salmón y las patatas festoneadas.


—Lo que sea por ti, cariño, aunque muy pronto Virginia va a pensar que nunca he cocinado para ti, antes. —Su sonrisa era indulgente, teñida de una advertencia que sólo ella podía ver.


Él estaba en lo cierto. Tenía que hacer un mejor trabajo jugando su parte.


—Oh, por supuesto que lo has hecho. Es que esto está muy bueno. — Intentando realmente hacerlo resaltar, añadió—: De hecho, esta comida es muchísimo mejor que la última cena que hiciste para mí.


Paula casi gimió cuando vio las cejas de Pedro subir ante su “cumplido” de respuesta, sus labios arqueándose antes de que él los obligara a aplanarse otra vez.


Después de que Virginia se excusó de la mesa para encontrar la sala de baño, él dijo en voz baja:
—Recuérdame palmear tu culo por ese último comentario después de que tu amiga se vaya a casa.


Paula se ruborizó mucho al pensar en las manos de Pedro en su trasero.


Gustándole el pensamiento mucho más de lo que pensaba que debía, ella ignoró su comentario.


—Has sido tan genial esta noche. Gracias por ser tan amable con mi amiga.


Él hizo un buen trabajo ignorando el cambio de tema.


—No crees que hablo en serio sobre nalguear ese dulce culo tuyo, ¿verdad?


—Pero nunca me has hecho la cena antes —protestó ella—. Sólo estaba tratando de hacer que esto sonara como que hemos hecho esto antes. No es justo que tú… —Tuvo que parar y respirar para sacarlo—… Me nalguees.


Su sonrisa sensual le robó el aliento.


—Me deseas. Eso hace que sea justo.


Ella sacudió la cabeza, pero no pudo conseguir que la palabra pasara de sus labios. No cuando repentinamente se estaba sintiendo toda hormigueante. No cuando se dio cuenta de repente que quería ver qué se sentía ser nalgueada.


Pero sólo con Pedro.


Parándose con rapidez, Paula empezó a limpiar la mesa. Él no quitó sus ojos de ella mientras empujaba su silla hacia atrás y apilaba los platos en el fregadero.


Habían terminado para el momento en que Virginia volvió a entrar en la habitación.


—Muchas gracias por la cena, Pedro. Fue realmente agradable conocerte.


Paula entrelazó su brazo con el de Virginia.


—Te voy a acompañar.


—Vaya —dijo su amiga cuando estaban de pie afuera en la escalera frontal. Alta sobre esta colina, la propiedad de Pedro tenía una vista de 360 grados de las luces de la ciudad—. Este lugar es realmente increíble.


—Lo sé.


Sólo que, Paula no estaba hablando solo de las luces.


Abrumada ni siquiera se acercaba a cómo ella se estaba sintiendo.


—Lo amo.


Las palabras salieron de sus labios antes de que ella se diera cuenta de que estaban viniendo. Levantó la mano para cubrir su boca antes de que pudiera evitar delatarse.


—Sé que lo haces. —Virginia se volvió hacia ella, su cabeza inclinada hacia un lado—. Aunque, sinceramente, yo nunca habría elegido a un hombre como él para ti.


Virginia no sabía que él nunca la habría elegido tampoco, si no hubiera sido por su abuela. Pero Paula no podía olvidarlo. 


Todo lo que ella podía hacer era tratar de convencerse a sí misma de que había sido el destino. Un accidente
afortunado.


Y que todo iba a funcionar perfectamente. Paula luchó contra un escalofrío de aprensión ante sus pensamientos esperanzadores cuando su amiga dijo en broma:
—¿Sabes dónde puedo encontrar un guapote para mí?


Se sentía bien reír, apartar firmemente el temor que se mantenía burbujeando en su interior.


Pedro no había estado en sus planes. Un marido no había estado en ningún sitio en el horizonte. Pero tal vez si ella era muy, muy afortunada, todo saldría mejor que incluso sus más grandes sueños.


—Me encantaría que vinieras conmigo al próximo partido —dijo ella. La tribuna de VIP sería mucho menos escalofriante con una amiga a su lado—. Tal vez podamos colarnos en el vestuario después del partido.


Los ojos de Virginia se abrieron por la sorpresa momentánea antes de que ella se echara a reír de nuevo.


—Es genial verte tan feliz, Paula. No sólo feliz, sino… —Ella hizo una pausa, buscando la palabra correcta—. Libre. Pareces libre.


Paula parpadeó aguantando las lágrimas repentinas que querían caer. Ella se sentía libre. Feliz. Enamorada.


Y asustada.


Más asustada de lo que nunca había estado antes.







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