BELLA ANDRE

lunes, 28 de noviembre de 2016

CAPITULO 36 (TERCERA HISTORIA)






El cuerpo de Paula anhelaba el toque de Pedro, cualquier tipo de toque. Duro o suave. Fuera de control o dulcemente tentador. Sin duda, había algo tan maravillosamente depravado acerca de lo que le estaba haciendo.


Y sin embargo, aunque ella respondía a él, aunque su cuerpo le rogaba por más, por golpes más rápidos en su trasero, aunque se sintió volver más húmeda, más abierta para él, no podía ocultar el hecho de que nada de esto estaba bien.


No cuando el dolor estaba por todas partes de la habitación. 


No cuando el dolor estaba apoderándose de ella, de arriba a abajo.


Ella realmente no sentía el dolor de su mano en su culo. Él no le estaba haciendo daño en absoluto con sus pequeñas bofetadas. Él simplemente no era capaz de hacerle daño. 


Físicamente, por lo menos.


No, el dolor que sentía era de Pedro. Se filtraba de sus células, sus venas, de su corazón al de ella.


A punto de tomarla, se quedó repentinamente completamente inmóvil, sus dedos clavándose en sus caderas tan fuerte que ella supo que tendría diez moretones circulares del tamaño de dedos en su piel por la mañana.


Se apartó tan bruscamente que se habría caído de no ser por la mesa que estaba sosteniéndola. Parpadeó para contener las lágrimas mientras lentamente se empujaba a sí misma hasta estar parada, utilizando el tiempo para volver a
subirse la ropa interior y alisar la falda para recuperar el aliento. Finalmente, cuando se sintió lo suficientemente fuerte, se volvió y se enfrentó a su marido.


Había enderezado su ropa también y ahora estaba de pie al otro lado de la habitación, lejos de ella, sus manos en puños, con los ojos tan oscuros y tan sombríos que tuvo que ahogar un sollozo.


—Dime lo que ves ahora. Dime si todos son ciegos ahora, Paula.


Ella sabía lo que estaba haciendo, que estaba tratando de imponer a un monstruo en la habitación. Pero no había ninguno.


—Veo a un hombre que sabe exactamente cómo tocarme.


Su mandíbula se tensó, sus bíceps flexionándose mientras claramente trataba de controlarse a sí mismo.


—Joder, Paula, no, estaba haciéndote daño.


—Los dos sabemos que no lo hacías —respondió ella con voz suave mientras daba un pequeño paso hacia él—. Los dos sabemos que estaba amando, anhelando tu toque. Como lo hago siempre. Como siempre lo haré. Como lo estoy anhelando ahora mismo.


Sabía que tenía que tener cuidado, que el hombre grande y fuerte que no había huido de nada en su vida, estaba a un paso de echarse a correr. Pero estaba tan harta de ser cuidadosa. Había sido cuidadosa toda su vida.


Había tomado su primer riesgo el viernes por la noche cuando había dejado Pedro besarla, y uno tras otro desde que estaba en sus brazos. Cada minuto con él los riesgos crecían.


Pero también lo hacía su coraje.


—¿Quieres saber qué más estoy viendo, Pedro?


En lugar de responderle, le dijo:
—No hagas esto, nena. No trates de convencerte de que soy alguien que no soy.


—No te atrevas a hablar conmigo como si no conociera a mis propios ojos. A mi propia mente. A mi propio corazón.


Y a pesar de la forma en la que estaba tratando de apartarla, ella sabía en lo profundo de su corazón que no se equivocaba sobre él.


—Yo sé lo que veo. Veo a un hombre que ama a su abuela, que juega para su equipo con todo su corazón, que trata a completos extraños con respeto. — Ella dio otro pequeño paso hacia él—. Sé lo que siento. Siento tu ternura innata.
Siento la pura comodidad de estar en tus brazos. Y sé que, sin duda, eres lo mejor que me ha pasado.


Sus ojos brillaron mientras ella le repetía sus anteriores, soñolientas palabras. Sus barreras habían sido bajadas después de hacer el amor, tan diferente de la gruesa pared a la que se enfrentaba esta noche.


—Veo lo que me dejas ver, Pedro. Pero quiero ver mucho más. Quiero que confíes en mí como yo he confiado en ti.


—Tú sabes de primera mano lo bien que puedo mentir, Paula. No deberías confiar en mí. Ni por un segundo, cariño.


¿Se oyó a sí mismo llamarla cariño, incluso cuando estaba tratando de apartarla por todos los medios? Ella le había dado su cuerpo. Ahora sólo quedaba una cosa por darle.


Y aunque ella sabía que era eso precisamente contra lo que él estaba luchando, no podía mantenerlo dentro.


No lo haría. No cuando él le había enseñado cómo tomar un riesgo, cómo agarrar su mano y volar más alto de lo que nunca había pensado que podía.


—No soy un oponente que puedas derribar para sacarme de tu camino —le dijo—. Si quieres tratar de apartarme, entonces es mejor que estés listo para que empuje de vuelta. —Ella avanzó el resto del camino a través de la habitación, dejando sólo un par de pasos entre ellos—. Pensé que era yo la que tenía que aprender de ti. Pensé que yo era la asustada, que tú no tenías miedo de nada. Pensé que sabías más que yo. Pensé que me ibas a enseñar maravillas y que yo iba a aprender todo lo que pudiera. Pero sólo sobre el placer.


Ella se detuvo, le sostuvo sus ojos oscuros y peligrosos con los suyos. Ya no estaba asustada.


A pesar de que su corazón estaba completamente en juego.


En cambio, la fuerza de sus sentimientos por el hombre del que ni en un millón de años se le habría ocurrido enamorarse, le dio la fuerza que siempre había estado buscando.


—Tú eres la única persona que alguna vez me miró y pensó que podría haber una fuerza en mi interior. Tú eres el único que alguna vez me tomó la mano y me ayudó a volar. —Extendió la mano hacia él—. Déjame hacer eso para ti, Pedro.


Su rostro estaba completamente vacío de expresión y le costó mucho evitar que su mano temblara, para no alejarse del mayor riesgo que jamás había tomado.


Le tomó más fuerza de lo que incluso sabía que poseía para mantenerse firme, para reconocer que no podía obligarlo a sentir algo que no sentía.


Y aun así decir:
—Te amo.








No hay comentarios:

Publicar un comentario