BELLA ANDRE
martes, 29 de noviembre de 2016
CAPITULO 39 (TERCERA HISTORIA)
Más tarde esa noche en Max’s, en el popular bar y restaurante de la ciudad la gente alrededor de ellos se estaba riendo, tomando, coqueteando. Algunos estaban jugando con sus celulares. Pero todos ellos tenían una cosa en común:
Todos estaban concentrados en Pedro y Paula.
Luego de años en el foco, él estaba acostumbrado a ser el centro de la atención en público. Pero Paula, su dulce Paula, no lo estaba. Era puro instinto querer protegerla de eso.
Estaba a treinta segundos de arrastrarla fuera del restaurante y encerrarla en su habitación hasta que hubieran terminado las noticias de su matrimonio. Enojado por haber dejado que Juliana lo convenciera de esto, casi se había arriesgado a ser expulsado del equipo por hacerle frente a su marido en la práctica.
En un momento, el bastardo chico dorado le había dado a Pedro una de esas sonrisas comestibles de mierda que todos se comían estúpidamente.
—El matrimonio te está pateando el culo, ¿eh? Estaría encantado de darte algún consejo sobre cómo mantener a tu mujer contenta, si lo necesitas.
Pedro casi había saltado encima de él. Pero podía ver exactamente lo que quería Lisandro y no podía darle al hijo de puta la satisfacción de cuán envuelto estaba sobre su dulce y pequeña esposa.
—He sido gentil toda mi vida. Ahora, me gusta rudo. Brusco. Quiero todo lo que me puedas dar. Muéstrame cuánto me quieres. Necesito saber lo mucho que me quieres.
Jesús, sólo recordar lo que le había dicho hizo que su polla casi saltara fuera de su cremallera. Había estado sorprendido por ella la noche anterior, y ahora, aquí estaba ella sorprendiéndolo de nuevo durante su entrevista. Había pensado que Paula iba a ser la nerviosa, pero estaba increíblemente relajada. Era él quien estaba con los dientes apretados, preocupándose sobre cada maldita pregunta.
Golpear brutalmente a sus compañeros de equipo en la práctica no había reducido el efecto una maldita cosa.
—Así que, ¿creciste en el área de la Bahía?
Paula asintió, sonriéndole a la periodista en su forma abierta y amistosa. La misma manera en que lo había mirado aquella primera noche en el club. Con pura y resplandeciente inocencia.
—Toda mi familia está aquí.
—¿Cómo reaccionaron cuando llevaste a Pedro a casa la primera vez?
Él se tensó ante la pregunta, pero los ojos de Paula brillaron.
—Ellos lo amaron, por supuesto. Aunque uno de mis cuñados casi tuvo un infarto cuando se dio cuenta que su mayor héroe acababa de entrar por la puerta principal.
—¿Qué hay de tus padres? ¿Cómo se sienten acerca de su hija saliendo con un gran chico malo de Outlaw? ¿Les preocupó que te rompiera el corazón?
Paula no respondió de inmediato. Cuando lo hizo, sus palabras sonaron con honestidad.
—Por supuesto que se preocuparon. ¿Qué padre no lo haría?
Cynthia levantó una ceja en dirección a Pedro.
—Así que, ¿cómo les demostraste que podían confiar el corazón de su preciosa hija contigo?
Su garganta se sintió demasiado apretada. Por alguna razón, el hombre que se había metido dulcemente en más bragas y salido de situaciones más peligrosas de lo que podía llevar la cuenta no podía encontrar ninguna forma de salir de esta.
Paula apoyó la cabeza en su hombro.
—La verdad es que, nunca tuvieron oportunidad, ni siquiera mi madre, quien estaba preocupada por mí al principio. Ellos lo aman tanto como yo. ¿Cómo no hacerlo?
Ella inclinó su rostro hacia él, tan bella que tenía que tocarla, no pudo evitar rozar ligeramente el pulgar por su labio inferior.
El fotógrafo que Cynthia había traído con ella lanzó una rápida ráfaga de tomas, el amor de Paula por él una presencia radiante brillando intensamente en la mesa.
—Vaya, realmente parece que ustedes dos son el cuento de hadas hecho realidad. La dulce maestra de escuela que amansó al chico malo.
La periodista sonrió y Pedro pensó que parecía genuina. Aun así, había sido engañado demasiadas veces por la prensa para confiar en la mujer más allá de la mesa de al lado.
Los ojos sonrientes de Paula encontraron los suyos.
—¿Has oído eso? Ella piensa que te he domado.
Su risa fue contagiosa, incluso haciendo que su boca se mueva en una sonrisa. Su mujer negó con la cabeza, sin dejar de reír mientras se volvía a Cynthia.
—Confía en mí, mi marido es completamente indomable. —Su mirada se dirigió de nuevo a él, atravesándolo con agitado calor—. Y la verdad es que, no me gustaría que fuera de otra manera. No querría que sea algo que no es o que sienta como si tuviera que decir o hacer lo correcto para hacerme feliz. Él hace feliz simplemente de la forma que es, de la manera que siempre ha sido.
—Ya veo por qué te enamoraste de ella. —Cynthia rompió el hechizo que su esposa estaba envolviendo alrededor de su corazón—. Pero dado que mis lectores no están aquí con nosotros para ver a los dos juntos en persona, me encantaría si podrías decirme qué te llevó a Paula.
Él no tenía que pensar en ello, no tenía que fingir.
—Nunca he conocido a nadie tan dulce. O tan hermosa que casi no puedo creer lo que veo cada vez que la miro.
—Pedro. —La exclamación susurrada de Paula vino con un color profundo en sus mejillas. Cualquier otra mujer habría pretendido, pero estaba más avergonzada que otra cosa.
—Pero lo que no puedes ver es lo valiente que es. Ella tiene más valor en su meñique que un defensor corriendo en dirección a un equipo de defensores de línea de ciento treinta kilogramos.
—Vaya —dijo Cynthia mientras escribía en su cuaderno—. La gente va a volverse loca por ustedes dos.
Pero a Pedro ya no le importaba la entrevista. No podía concentrarse en nada, excepto en Paula.
—Una cosa más —dijo Cynthia—. ¿Cuándo te diste cuenta que Paula era especial, Pedro? ¿Cuándo te diste cuenta que te ibas a casar con ella? ¿Cuándo supiste que la amabas y sólo a ella?
Pedro no apartó la mirada de Paula, no podría haber roto su mirada de la de ella cuando dijo:
—La primera vez que la vi supe que no podía dejarla ir. Le pedí que se casara conmigo esa noche.
—¿Fue amor a primera vista para ti también, Paula?
—Nunca había hecho nada tan loco antes —dijo Paula en voz baja—, pero estar con Pedro se sintió tan correcto desde el principio.
—Entonces, ¿me están diciendo que le pediste que se casara contigo la noche que la conociste y que tú aceptaste en ese mismo momento? —Ella miró a Pedro, luego a Paula, sus cejas levantadas por la sorpresa—. Así que, ¿por qué
esperar meses para finalmente pasar a la acción, y por qué hacerlo en secreto?
La respuesta de Paula fue rápida, fluida, creíble.
—Mi hermana se iba a casar. No quería eclipsar su boda. Y luego, cuando ella se dirigía a su luna de miel, Pedro apareció de la nada. Simplemente no pudimos esperar ni un segundo más.
El estómago de Pedro dio un vuelco ante su fácil mentira. Ella nunca podría haber hecho eso el viernes. Él le había prometido enseñarle nuevas cosas, pero nunca había pensado que una de esas cosas sería tergiversar la verdad. ¿Cómo podía perdonarse a sí mismo alguna vez por haberle hecho eso a ella?
Cynthia apagó la grabadora.
—En serio, chicos, a mis lectores les va a encantar su historia. Es tan romántica. Tan perfecta. Muchas gracias por charlar conmigo. Si tengo preguntas de seguimiento, voy a estar en contacto. Busquen la historia en la edición del fin
de semana.
Se despidieron, acompañaron a la periodista hasta un taxi. Y regresaron a su casa en silencio. Había tantas cosas que de repente quería decirle. Tantas cosas que no sabía cómo decir.
Nada en su vida lo había preparado para Paula. Por el amor que ella le dio con tanta libertad, sin condiciones, sin exigencias. Simplemente amor. Puro y dulce.
Sí, él le había dado placer, pero en el camino la había obligado a sacar las habilidades que nunca debería haber necesitado saber. Mentir. Evadir.
Entraron en su casa y Paula tomó su mano.
—¿Estás bien?
Deseaba tanto tirar de ella contra él, pero no podía soportar la idea de mancillarla con su toque
—No te mereces este lío. Nada de esto.
Su mano se deslizó a través de la suya más firme, tan cálida, tan suave.
—No me estás obligando a hacer nada, Pedro. Casarme contigo, estar contigo, hacer esta entrevista… fueron todas mis decisiones, correctas o incorrectas. Si quisiera parar, me detendría.
Él no tenía la fuerza para mantener apartada la mirada de su belleza, la inocencia que todavía se aferraba a ella, a pesar de su mala influencia. Y entonces lo vio, la pregunta en sus ojos.
—¿Lo que le dijiste a Cynthia… lo dijiste en serio?
Desde ese primer momento que la había visto, se había perdido en sus ojos.
Se perdió una vez más incluso a medida que la culpa se abalanzaba sobre él, cuando dijo:
—Fue en serio todo lo que dije esta noche.
Ella lo había protegido de incluso una pequeña mentira, tomando el peso de todas ellas en sus propios hombros.
Nunca antes nadie más que su abuela lo habían protegido.
Nunca nadie se había preocupado lo suficiente como para
asumir un riesgo como ese por él.
Sus hermosos ojos nadaban con incredulidad y confusión.
—¿Cómo es posible que pienses que soy valiente?
Le hirió ver que ella no lo viera, que ella no supiera ya.
—¿Te acuerdas de nuestra primera noche juntos?
Ella se sonrojó, apoyando su frente contra su pecho. Pero no le permitiría esconderse de él, no podía soportar no ver el dulce calor en sus ojos mientras ella rebobinaba de nuevo a su primera vez juntos.
—¿Cómo podría olvidarlo alguna vez?
Él le sonrió. Nunca nadie lo había hecho sentir tan feliz. Así de bien. Y no sólo en la cama, donde ella seguía volando su mente. Solo así, hablando, bromeando.
—Podrías haberme dicho que parara en cualquier momento. —Él apartó un mechón de cabello de sus dulces labios—. Fuiste muy valiente. No sólo esa noche, sino cada vez que hemos estado juntos.
Ella sacudió la cabeza, protestando:
—Eso fue sólo sexo.
—He tenido un montón de sexo, dulce chica. Confía en mí, lo que tenemos en marcha no está ni siquiera cerca de ser “sólo sexo”. Pero si eso no es suficiente para ti, te vi con tu mamá. En la cocina de su casa.
Sus ojos se abrieron alarmados.
—¿Cuánto escuchaste?
—Lo suficiente como para estar orgulloso de la forma en que te defendiste por ti misma.
Y por él. Ella podría no haberle dicho la absoluta verdad acerca de su relación a todo el mundo esa noche, pero le dijo a su madre una verdad que había guardado en su interior durante demasiado tiempo: acerca de lo sola que se había sentido en su propia gran familia, rodeada de sus padres amorosos y hermanos.
Tan solitaria como él se sentía en su familia de dos.
—No ha existido una sola situación donde no te hayas desempeñado, no importa que tan extraña fuera para ti, como la tribunas VIP o tratando con los paparazzis. Por cierto, Juliana y Melisa ya me dijeron que si alguna vez lo arruino y me dejas, ellas te han de escoger por encima de mí.
Amó la pequeña sonrisa que ella le dio.
—Joder, esta noche durante la entrevista, tú estabas tan tranquila. La única valiente protegiéndome. —Él levanto la barbilla de ella con un dedo—. ¿Me crees ahora?
—Es sólo que nadie me había llamado valiente antes.
—Entonces ellos están equivocados. —Él no había olvidado ni una palabra que le había dicho a él la noche anterior. Y ahora, él se las estaba devolviendo todas—. Ellos son estúpidos. Y ciegos. Locura ciega.
—Locos —repitió ella, la misma palabra sin aliento con la misma necesidad que lo estaba matándolo mientras estaban de pie en medio de su cocina.
Necesitaba estar cerca de ella, necesitaba saber que ella no estaba equivocada acerca de donde pertenecía… a sus brazos.
—Sé que te prometí locuras, corazón. Sé que me dijiste la noche anterior que te gusta rudo. Brusco. Y a mí también. Pero ahora todo lo que quiero es hacer el amor con mi esposa.
Sus ojos se ampliaron ante la selección de palabras. Él nunca había dicho eso de hacer el amor antes, no tenía permitido dejar salir esas palabras de él.
—Me haces un mejor hombre —le dijo a ella, su voz ronca con necesidad. Y emoción.
—Te amo, Pedro.
Él la recogió en sus brazos, besándola incluso cuando caminaba a través de la habitación hacia las escaleras, su corazón golpeando fuerte con cada paso. No sólo por lo tanto que deseaba a la hermosa mujer en sus brazos.
Sino porque por primera vez en su vida, estaba haciéndole el amor a una mujer que realmente le importaba
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