BELLA ANDRE

martes, 29 de noviembre de 2016

CAPITULO 40 (TERCERA HISTORIA)






Nunca nadie excepto Pedro la había mirado con tan potente deseo. Pero ella había visto ese deseo antes.


Esta vez fue la emoción en sus ojos oscuros que capturó lo que quedaba de su corazón.


No había dicho las dos palabras que ella le había dicho, no se había puesto de rodillas para declarar algo eterno. Pero no necesitaba que lo hiciera.


Porque podía verlo en sus ojos, podía sentirlo en la presión de sus labios en un beso que no tenía nada que ver con el sexo… y todo que ver con el amor.


Amor.


—Dulce Paula. —La tendió en el medio de su gran cama, mirándola fijamente con tal calor. Con tal necesidad.


Con tanto amor. Amor.


—Mi dulce Paula.


Con el deseo de que la tocara llevándola al límite, dijo:
—Necesito amarte, Pedro. —Alargó la mano hacia él, desesperada por su toque. Por su amor—. Por favor, déjame amarte.


Y entonces estuvo justo ahí, su peso deliciosamente duro encima de ella. Lo besó con deseo voraz, enrolló sus piernas alrededor de las suyas para jalarlo aún más cerca, corcoveando sus caderas contra la dura presión de su erección.


—Despacio, bebé —dijo él contra sus labios cuando finalmente se liberó. Su lengua se deslizó provocativamente a lo largo de la comisura de ambos labios y tuvo que lamerla—. Así es cómo vamos a ir esta vez. Lenta y suavemente. Tan lento. Tan bueno.


No sabía a quién estaba tratando de convencer, si a ella o a sí mismo. Pero sabía lo cerca que estaba de perder la cabeza, con nada más que con su beso… y sus suaves y dulces palabras susurrando directamente a su corazón.


—Mañana —dijo, rogando, negociando—. Iremos lento mañana. —Buscó su eje, apretó su mano duramente sobre su erección, sintió la sacudida de respuesta a medida que crecía hasta volverse aún más duro, más grueso bajo sus avariciosos dedos


Pura lujuria llenó sus ojos, las líneas de su rostro mostrando una imagen de un hombre apenas conteniendo su control.


—Mañana te follaré duro. Fuerte. Mañana te tomaré tan rápido, estaré tan profundo dentro de ti, te haré venir tantas veces que no vas a saber dónde termina un orgasmo y comienza el siguiente. Pero ahora mismo… — Apartó las manos de su cinturón—, te voy a amar correctamente.


Le acarició el cuello, causando que las ondas de placer se movieran por toda su sensible piel.


—Prométeme que me ayudarás a amarte correctamente.


—Siempre me has amado correctamente —jadeó ella mientras su boca encontraba la curva de sus pechos por encima del escote de su vestido. Pero entonces, en lugar de descender, en lugar de bajar sus pecaminosos labios sobre
sus dolorosos e hinchados pezones, movió su peso de encima de ella. »No —gimió, echando de menos su calor, deseándolo más cerca, no más lejos.


—Shh, bebé —canturreó—. Estoy aquí. Amándote. Sin ataduras. Sin juguetes. Sólo yo. Y tú. Eso es todo lo que necesitamos.


Algo dentro de su pecho se deshizo con sus suaves palabras, la pared fría que había construido alrededor de su corazón partiéndose en dos. Sus dedos deshicieron el botón superior de su vestido. Se detuvo por un instante.


—Puedo sentir tu corazón latiendo, bebé, con tanta fuerza que casi está levantando mis manos de ti.


—No lo sabía —susurró, la adoración en sus ojos haciéndola más valiente de lo que nunca había pensado que podría ser—. No sabía que alguna vez podría amar a alguien tan…


La besó antes de que pudiera terminar la frase, robando no sólo sus palabras, no sólo su aliento, sino también su alma. Su vestido estaba abierto hasta su cintura cuando él por fin levantó su cabeza.


—Deja que te mire, bebé. Tan hermosa. —Extendió la mano, su mano temblando mientras rozaba sus nudillos sobre la hinchazón de un pecho y luego sobre el otro—. Tan malditamente hermosa.


—Me haces sentir hermosa. —Nadie lo había hecho antes, no hasta Pedro.


—Me haces perder la cabeza, mi control. —Trató de deshacer el broche en la parte frontal de su sujetador—. Mis manos están temblando. —Parecía que no podía creer lo que estaba viendo—. He tenido sexo desde que tenía catorce años, pero nunca he estado nervioso antes. No hasta ti.


Ella cubrió sus manos con las suyas, sonriendo cuando le ayudó a deshacer el cierre. Pero entonces su sonrisa se desvaneció mientras arqueaba la espalda para obligar a sus pechos a estar más cerca del calor de su boca.


—Podría simplemente parar aquí —dijo, entre decadentes sorbos contra la carne hinchada, las puntas duras tensándose debajo de su lengua seductora—, simplemente podría pasar el resto de la noche sin hacer nada, excepto lamiendo y chupando tus tetas.


Olas de placer estremecieron todo su coño, su clítoris palpitando como si la estuviera chupando allí.


—Simplemente podría seguir amándote así hasta que te vinieras para mí. 


Su amenaza sensual —¿o era una promesa?— envió otra oleada de excitación a través de ella. Su boca ardía caliente sobre sus pechos, lavándola con su lengua, haciéndola gritar de placer cuando sus dientes rasparon a través de su carne hinchada.


—Eso es, dulce chica. Así es como quiero que te sientas cuando te toco. Ahora. Siempre.


Su mano grande se aplastó contra su vientre y ella presionó sus caderas hacia arriba, contra sus dedos. La succionó de nuevo, causando que los incontrolables temblores se hicieran cargo de sus músculos, sus extremidades. Y luego su mano estaba moviéndose hacia abajo, debajo de la parte inferior de su vestido que aún la estaba cubriendo y abrió los muslos ampliamente, en una súplica silenciosa para que la tocara. En lugar de deslizarse en sus bragas, la ahuecó entre sus piernas.


—Puedo sentir lo mojada, lo hinchada que estás para mí, incluso a través de la seda.


Apenas estaba logrando asimilar sus bajas palabras mientras hablaba en contra de la curva de sus pechos, cuando mordisqueó su pecho. Tal vez fue el dulce destello de dolor que cortó el hilo final que la estaba sosteniendo en la realidad. O tal vez fue la forma en que lamió la pequeña abrasión tan suavemente, tan amorosamente que la hizo gritar su nombre mientras la parte más baja de su vientre se apretaba, amenazando con hacerse añicos. O tal vez fue el mirar hacia abajo y ver la oscura cabeza inclinada sobre sus pechos, que envió su orgasmo a través de ella, desde el vértice de sus muslos hasta llegar a los dedos de sus pies
y las puntas de ellos y todo en el medio.


—Paula. Dulce Paula. Me encanta escucharte venir. Verte venir. Sentirte venir.


Sólo el sonido de su voz fue suficiente para mantener a su orgasmo yendo en espirales sin parar, hasta que estaba luchando por respirar, orando que el oxígeno llenara sus pulmones vacíos.


—Pensé que estabas bromeando —admitió cuando por fin pudo hablar de nuevo—. No sabía que podía venirme de esta manera.


—Va a pasar de nuevo. Puedo prometerte eso. Pero la próxima vez vamos a llegar allí solo con estos. —Presionó besos suaves contra sus pechos, primero uno y luego el otro, y su gemido apagado sonó en la habitación—. Quitémoste todo esto de encima.


Sus palabras eran firmes, su rostro concentrado, pero sus manos lo traicionaron, el ligero temblor que nunca pensó ver en el hombre increíblemente fuerte con el que se había casado.


No debería tener sentido que desnudarla fuera una cosa tan importante. No cuando la había tenido desnuda tantas veces antes, no cuando la había tenido atada, no cuando había jugado con juguetes sexuales con ella, no cuando ella lo
había tomado en su garganta y tragado su corrida. Pero nunca la había mirado así. Incluso cuando la lujuria estaba desgarrándolos, siempre había habido una barrera. No sólo la de él, se dio cuenta con sorpresa, si no la de ella también.


Porque incluso mientras ella estaba enamorándose de él, había estado asustada. Conteniendo si no su corazón, entonces el último pedazo de su alma.


Esta noche, él estaba reclamando cada parte de ella, por dentro y por fuera.


—Todo de mí —susurró cuando él bajó la mirada hacia su piel desnuda—. Quiero que tengas todo de mí.


Un sonido —mitad gruñido, mitad gemido— retumbó desde su pecho y sobre ella, pero antes de que pudiera alcanzarlo y exigir el beso que tan desesperadamente necesitaba, su rostro estaba entre sus piernas, con sus muslos abiertos sobre los hombros de él.


—No he pasado suficiente tiempo aquí, no he probado tu dulzura lo suficiente —se lamentó mientras miraba sus húmedos pliegues con algo parecido al asombro embelesado—. Mi maldita polla simplemente va a tener que aprender a compartir.


No debería ser capaz de sentir una emoción tan profunda, un deseo tan poderoso y todavía reír.


No habían llegado a ninguna de estas cosas juntos antes. 


Pero Pedro tocó cada parte de ella: La parte que quería reírse. La parte que quería amar. La parte que quería follar como una mujer salvaje.


—¿Te estás riendo de mí, dulce chica?


Su lengua se enroscó alrededor del capullo apretado de su clítoris antes de empujar entre sus labios, y entonces sus dedos se unieron a su lengua, manteniéndola abierta, deslizándose dentro de su centro adolorido.


Se arqueó en su boca, sus dedos, abriéndola más amplio, tomándolo más profundo. Y a pesar de todo, estaba sonriendo, tan feliz que pensó que podría estallar.


—Me haces sonreír.


Y luego Pedro estaba diciendo:
—Tienes razón. —Y se movió hacia arriba y sobre ella tan rápido que apenas tuvo tiempo suficiente para lamentar la pérdida de su lengua contra su clítoris.


¿Cómo podía extrañar eso cuando él estaba presionando la gruesa cabeza de su erección entre sus pliegues resbaladizos?


—Mañana. —Apoyándose sobre sus codos, acunó su rostro en sus manos. Con su boca a un aliento de la de ella, dijo—: Te amaré lento y tranquilo mañana.


Empujó hasta el fondo dentro de ella en el mismo momento en que sus labios se tocaban. No importaba que hubiera detonado hace pocos minutos, que debiera haber estado saciada. De hecho, su orgasmo anterior sólo parecía hacerla
más sensible, más receptiva. Y cuando su lengua se encontró con la suya y la besó como si nunca tendría suficiente de ella, se corrió por completo. De nuevo.


Sólo que esta vez, no era sólo su placer el que estaba liberando. Estaba allí con Pedro en cada embestida, en cada estocada, en cada gemido, sintiendo su clímax como si fuera el suyo propio.


Al igual que su amor por él significaba que voluntariamente tomaría su dolor, ahora se daba cuenta de que siempre compartiría también su placer.






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