BELLA ANDRE

miércoles, 16 de noviembre de 2016

CAPITULO 41 (SEGUNDA HISTORIA)





Quince minutos después, Paula estaba de pie silenciosamente en el pasillo de Pedro. Hacía menos de una semana la había llevado sobre su hombro desde un bar hacia su vida. Pero estaba tan llena de esperanza, sueños e inseguridades que había vuelto la espalda al amor del mejor hombre que había conocido.


Y entonces le había contado su dolorosa historia y ella vio finalmente que ninguno de ellos era perfecto.


Ellos no necesitaban ser perfectos. La situación no tenía que ser perfecta.


Lo único que importaba era la forma en que se sentían el uno con el otro.


Tocó el timbre comprendiendo finalmente lo que quería decir tener un corazón en la mano. Sus brazos temblaban al igual que lo hacían sus piernas. Pero esta vez no iba a huir. Iba a enfrentar sus miedos uno por uno hasta librarse de ellos. Iba a mirar a Pedro directamente a los ojos y decirle que lo amaba.


Él abrió la puerta y ella se quedó de pie, apenas mirándolo, hipnotizada por su belleza y su atractivo.


—¿Puedo entrar?


Él se apartó hacia un lado para dejarla entrar y ella casi no pudo esperar a que la puerta se cerrase.


—He venido para decirte… —las palabras se le atragantaron.


Pedro le tomó las manos y su toque era tan fuerte como caliente.


—Dime —dijo bajito— te estoy escuchando.


Ella lo miró a los ojos, rezando para que saliesen de su boca las palabras adecuadas.


—He estado enamorada de ti desde hace mucho tiempo, Pedro. Desde que puedo recordar.


—Lo sé —sonrió él.


—Pensé que nunca te habías fijado en mi —dijo ella suavemente— tú eras más mayor, tenías más experiencia. Nunca pensé que me mirarías así o que me abrazarías.


—Tú siempre has sido una chica dulce —dijo él— hasta que dejaste de ser una niña.


—Pero yo no era tu tipo —protestó ella.


—Estaba seguro de ello —respondió él—. ¿Cómo crees que me sentí deseando a la hija de mi agente? Eras mayor, pero eso no significaba que no estuvieses fuera de los límites —cerró el espacio entre ellos un centímetro más—. Pero no fue por eso por lo que me aparté de ti.


—¿Entonces por qué? —susurró ella


La empujó hacia él y bajó la boca capturándole los labios en un beso que la dejó jadeante.


—Me haces sentir cosas que nunca pensé sentir nuevamente —su voz era áspera por la emoción—. Cuando estoy contigo pierdo el control sobre mi cuerpo y mi mente —encontró nuevamente su boca y el calor se esparció por su cuerpo de la cabeza a los pies—. Y especialmente mi corazón.


—Yo también —admitió ella— pero es diferente de cómo lo imaginaba. Es mejor porque es real. Tú eres real. He pasado muchos años soñando contigo, pero en realidad hasta esta semana no te conocía.


—¿Y ahora que lo sabes todo, han cambiado tus sentimientos?


—Han cambiado —dijo bajito— porque a causa de tus años salvajes de adolescente, por las cosas malas que hiciste, por lo duro que trabajas para controlarte, por la manera en que tomas las decisiones de las personas quieran ellos o no… todo eso hace que seas el hombre que amo hoy… y el hombre que voy a amar para siempre.


Él la cogió y la llevó por el corredor hasta su habitación.


—Durante veinte años me he castigado por lo que hice cuando estaba en el colegio. Mantuve la distancia con todo el mundo, especialmente contigo porque sabía que podía amarte. Sabía que quería tener una casa contigo, hijos, y pasar el resto de mi vida a tu lado —le capturó la boca en un beso caliente— pero no puedo vivir sin ti, por lo que voy a aprender a vivir contigo y mi pasado.


—Nunca te he amado adecuadamente —murmuró mientras la acostaba en su cama.


—Sí lo hiciste. Todas las veces —se hundió en el suave edredón.


Pedro se sacó la camiseta de los Outlaws sobre la cabeza. 


La visión de su pecho desnudo, de su piel bronceada y de los fuertes músculos le quitó el aliento como siempre hizo y siempre haría.


—¿Alguna vez voy a conseguir acostumbrarme a verte? —le preguntó con una sonrisa.


Los ojos de Pedro estaban calientes cuando la miró.


—Me he hecho la misma pregunta sobre ti.


Y Paula verdaderamente se sentía como la mujer más bonita del mundo.


Tiró los pantalones al suelo y, mientas estaba acostada en las almohadas se permitió apreciar al magnífico hombre que acababa de ofrecerle su corazón.


Y entonces se estaba moviendo hacia ella, casi desnudo salvo por sus calzoncillos azules y ella se inclinó hacia él, empujando aquellos cien kilos de magnífico macho sobre la cama, amando el momento en que su cuerpo plano y duro cubría el de ella, el calor penetrando en sus ropas, la erección presionando en su muslo. Los labios se encontraron y él se comportó de forma gentil y generosa hasta que no lo fue más. Antes de que Paula se diese cuenta sus ropas estaban al lado de las suyas en el suelo y tenía los brazos alrededor de los anchos hombros y sus piernas en la cintura mientras él se movía dentro de ella. Se quedaron así un largo momento, abrazándose el uno al otro con sus corazones latiendo el uno contra el otro.


—Te amo —susurró ella contra sus labios, sabiendo que nunca se cansaría de decirle con palabras o con su cuerpo cuanto amaba cada pedazo suyo.


Le había llevado mucho tiempo entender que el amor era ciertamente complicado. Amaba a su padre, aunque siempre hubiese tenido el poder de herirla profundamente, y sabía que él la amaba también a su manera propia y compleja. 


Amaba su trabajo, incluso habiendo sido muchas veces difícil y frustrante. Incluso había aprendido a amarse a sí misma, a mirar sus culpas e inseguridades pasadas para convertirse en la mujer fuerte e inteligente que siempre había estado en su interior.


Por encima de todo amaba a Pedro, tanto por sus buenas acciones como por sus convicciones. Su fuerte consciencia era apenas una de las cosas por las que ella lo amaba. Él creía en la justicia, incluso aunque estuviese en el lado perdedor. Juntos encontrarían otros caminos para mantener a los niños fuera de los problemas por medio del deporte.



Felizmente sabía exactamente como mantenerlo fuera de problemas… teniéndolo en la cama. Con ella. El mayor tiempo posible.


—No me canso de ti —dijo él mientras recordaba que le había dicho las mismas palabras la primera vez que habían hecho el amor. Ahora, después que la hubiera llevado a las cimas del éxtasis y hubiera explotado gritando su nombre continuó—. Te amo Paula. Siempre te amaré.


Después de recuperar el aliento, él le sonrió a los ojos.


—Necesitamos conversar sobre algo más —gloriosamente desnudo, salió de la cama y la cogió en brazos.


—¿A dónde me llevas? —preguntó ella.


—A dónde empezó todo esto.


La llevó a la sala de estar y la soltó de forma que ella se deslizase sobre su cuerpo. Entonces se arrodilló ante ella, de la misma manera que lo había hecho la primera noche.


Pero esta vez él llevaba una caja negra de terciopelo. El último de sus sueños se estaba realizando.


—Paula, ¿te quieres casar conmigo?


Cayendo de rodillas, ella puso las manos en sus mejillas y lo empujó encima de ella.


—Mucho mejor —dijo.


Unos ojos sonrientes la miraron, incluso cuando el pene creció contra su barriga.


—¿Estás ahora preparada para responderme?


—Sí Pedro, me casaré contigo —también le sonrió—. Girándose de manera que ella quedase encima, se deslizó sobre él centímetro a centímetro—. No puedo pensar en una manera mejor de sellar el acuerdo.


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