BELLA ANDRE
jueves, 27 de octubre de 2016
CAPITULO 15 (PRIMERA HISTORIA)
Paula quería sentirse segura nuevamente y el único lugar en que siempre se sentiría bien consigo misma era en el trabajo. Sin embargo, nunca había tenido un paquete de músculos y sensualidad de 1,88 rondando por su oficina.
Incluso sus empleadas habían sido reducidas a masas trémulas de hormonas cuando lo presentó, y éstas eran mujeres expertas y con experiencia.
Miraría su e-mail e intentaría ignorarlo rondando alrededor de sus estanterías, sus piezas de arte y su mesa de trabajo.
—¿Has construido este negocio tu sola?
—Claro que sí — lo miró por encima del teclado.
—No hay necesidad de ponerte a la defensiva. Solo era una pregunta.
Ella reprimió una protesta. Era cierto; estaba actuando a la defensiva. Solo que todo el mundo siempre había asumido que sus padres la habían ayudado, pero ella nunca había cogido a sus amigos como clientes. Su éxito en los negocios dependía completamente de cómo ella y sus empleados lo realizaban, no porque era la niña de papá o porque mamá hizo sus compras para clientes en tés de sociedad.
—Me gusta lo que hago — dijo finalmente.
Ella movió la cabeza.
—Yo también, y es una buena cosa que te guste tu trabajo. Se vuelve un infierno si lo odias.
Una conversación real que no tenía doble sentido, ella no estaba segura de si era capaz de sentirse bien con esto, la verdad. Por lo menos cuando se criticaban el uno al otro, todo tenía sentido.
Mejor mantener la guardia, se dijo a si misma nuevamente.
La puerta del frente se abrió y su recepcionista silbó.
—Rachel Noah está aquí, — dijo por el intercomunicador.
—Oh diablos — murmuró bajito. Rachel acompañaba a algunos grandes nuevos clientes políticos. — por favor, sé agradable con ella — le imploró — di las cosas adecuadas. Solo esta vez.
El levantó una ceja.
—Un beso.
Ella apenas tuvo tiempo de procesar su pedido al entender que estaba haciendo un trueque.
—Bien. Uno. Ahora no lo estropees todo.
Paula sonrió y saludó a Rachel fuera del despacho.
—Estoy contenta de que esté aquí. — dijo
Rachel la miró como si estuviese chupando limones.
—Emma dijo a mi jefe que estará asumiendo el mando de nuestra cuenta el próximo mes y él acaba de gritarme que en una hora. Sería mejor que tuvieras una explicación con él.
Si alguna vez hubo un momento para que el encanto y la belleza de Pedro usaran su varita mágica, ése era ahora. Se apartó de la ventana y, en un instante, el comportamiento de Rachel cambió. Ya no quería el trasero de Paula en una bandeja, al contrario, obviamente estaba imaginando a la superestrella de la NFL en su cama.
—Me gustaría presentarle a Pedro Alfonso, mi más nuevo cliente.
Paula estaba normalmente contenta con sus curvas, pero estar tan cerca de una mujer tan delgada que incluso podría haber estado en la pasarela de Milán en lugar de trabajar en campañas políticas era algo deprimente. A Pedro, naturalmente le gustaría acostarse con Rachel, ¿a qué hombre no le gustaría?
Incluso era ridículo pensar de aquella manera, no tenía ningún derecho sobre él ni lo quería. No quería.
Pedro fue todo encanto cuando apretó la mano de Rachel y la guió hacia el sofá de cuero de Paula.
—Es un placer conocerla — dijo y Paula pensó que la mujer llegaría al clímax allí mismo— Paula me ha hablado mucho sobre ti — mintió y le lanzó una enorme mirada de gratitud.
Rachel estaba extrañamente muda y era reconfortante saber que todas las mujeres perdían la cabeza a su alrededor.
—Creo que ha habido un enorme malentendido — continuó él — odiaría que alguien culpase a Paula o a su empresa y cogiese otro consultor para su proyecto.
Paula contuvo una sonrisa mientras observaba a Rachel trabajar activamente para recomponerse. No admiraba a Pedro por huir de todo; era irresistible, estaba en su ADN.
—Estaré feliz de hablar con su jefe si esto la ayuda — se ofreció.
Animada, Rachel pudo la mano en su brazo.
—¿Haría eso realmente? Sé que él es un gran fan suyo y tal vez pudiésemos encontrarnos para comer y después tomar unas copas.
Paula casi vomitó, no podía oír ni un segundo aquella locura.
Los dos se querían follar como conejos, bien, pero no en su despacho.
Cogió su maletín de cuero del suelo y puso varios archivos en él.
—Bien, estoy feliz de que los dos se conocieran, pero creo que Pedro y yo tenemos mucho trabajo que hacer, como puede imaginarse y las noches de él están completamente llenas las próximas dos semanas.
Pedro hizo salir a Rachel del despacho y de vuelta al área de recepción, Paula fue tras él.
—Estaré esperando ansiosamente nuestras copas — dijo Rachel cuando salió por la puerta de entrada.
—Se ha pasado de la raya — advirtió Paula— si la dejas seca, ella me culpará y podrá desistir con el negocio.
Se fueron al parking.
—No te preocupes. Ella no es mi tipo.
Allí estaba nuevamente.
—¿Cuándo entrará en tu dura cabeza que no estoy interesada en ti más que como cliente?
— Cuando dejes de actuar así.
La voz suave y baja tocó en los lugares que intentaba esconderle.
—No pienses que he olvidado Paula, me debes un beso, este fue el trato.
Se le aceleró el corazón.
—Bien, vamos a acabar con eso —dijo como si no le importara.
Ella casi resistió al impulso de desviar los labios a la mejilla, como si tuviesen dos años. Incluso sabiendo que no había sido el acuerdo que habían hecho en el despacho cuando Rachel entró rápidamente.
—Ven aquí — le dijo, ella quería besarlo más que ninguna otra cosa.
—No aquí, en el estacionamiento.
—Aquí mismo, en el estacionamiento — sus ojos la miraron — Ahora.
No podía discutir con él. No cuando éste era su beso de reivindicación. La cosa era que ellos no se habían besado en el escondrijo subterráneo. Si, la había hecho gozar, pero hubo un desafío y después un juego de dominación.
Aquel iba a ser su primer beso real desde hacía por lo menos diez años y ella sabía que no existía absolutamente nada que hacer en cuanto a prepararse para el modo en que él la haría sentir.
Caminó lentamente hacia el coche donde él estaba y cuando estuvo al alcance de su brazo, extendió la mano y ella no supo qué hacer, a no ser dejar que la acercase a él. Una mano abrazó sus costillas mientras otra acariciaba suavemente su nuca, cogiendo gentilmente la parte de atrás de su cabeza.
—Tienes una boca maravillosa — dijo y el elogio inesperado la sorprendió tanto que se olvidó de mantener la guardia cuando movió los labios sobre ella.
Sintió su respiración y cerró los ojos. Entonces, Oh Dios, sus labios se tocaron y todo lo que quiso era su gusto. Que la saborease. Sus labios eran calientes, suaves y perfectos, y antes de saber lo que estaba haciendo su lengua estaba en la boca de él y sus manos en su pelo y lo estaba acercando a ella. Quería mucho más que un beso, mucho más.
Chupó la carne sensible de su labio inferior, haciendo que los escalofríos recorriesen su espalda. Sintió su erección en la barriga y se apretó contra ella queriendo más y más.
Aquel simple beso se convirtió en una completa adicción.
De repente, implacablemente, ella apartó la boca, empujando su pecho vacilante.
¿Qué podía decir para hacerle pensar que el beso no había significado tanto para ella como lo había hecho? Tenía que decir algo que no pudiese discutir. En caso contrario tenía el presentimiento de que terminarían discutiéndolo en la cama.
—Tengo una cita esta noche — dijo mientras abría el coche.
Felizmente era verdad. Qué vergüenza sería si tuviese que inventar una cita fantasma para parecer que no era una perdedora total.
—Bien — respondió él, pareciendo que había besado mujeres apasionadamente todo el día sin un segundo pensamiento. — lo espero ansiosamente.
Sus llaves no encontraron el arranque por un instante.
—¿Estás loco? ¿Piensas que vas a ir a mi cita? — Entonces se acordó de que le había dicho a Bobby que no dejaría que Pedro saliese de su vista. — oh Dios, claro que vas.
Él se recostó en el asiento del pasajero.
—Tengo la seguridad que puedo encontrar otro modo de distraerme mientras estás fuera.
Ella encendió el coche.
—Creo que mi cita de esta noche será entretenimiento suficiente — dijo sombría.
Pedro estaba feliz de cambiarse a la pequeña casa de Paula, en la parte superior de Noe Valley las dos próximas semanas. Pero ir con ella a una cita era demasiado, especialmente porque iba a querer romperle la cara al tipo.
Descansaba en el sofá y zapeaba por los canales de la televisión. Ella murmuró algo sobre la necesitad de tener algún trabajo hecho y lo amenazó: no intentes abrir siquiera la puerta o te cazaré y te mataré con mis propias manos o tal vez con un cuchillo afilado. Después había desaparecido en su despacho de casa. Había telefoneado a algunos de sus amigos para hacerlos saber que estaría ocupado con negocios por algún tiempo, conversó con su agente sobre el bonito retrato público que iba a crear para Bobby y los Outlaws y después se aburrió.
En solitario.
No podía pensar en la última vez en que había tenido más de quince minutos para sí mismo. Su casa era un paseo constante. La fiesta de la noche anterior continuaba en la piscina al día siguiente en un ciclo infinito. Y, hasta el día anterior, no había bajado a su santuario en meses.
El silencio lo dejó inquieto. Cuando estaba con otras personas podía sentarse y escuchar las conversaciones era fácil estar a la altura de sus expectativas. No era tan fácil comprender lo que eran sus expectativas y entonces dejó de intentarlo. Pero, por alguna razón, le importaba lo que pensase Paula. Quería demostrarle que estaba equivocada con él.
Apagó la televisión y se acercó a una estantería. ¿Por qué tenía que importarle que ella pensase que era un ser humano que valía la pena? Él generaba mucho dinero a muchas personas, los Outlaws, su agente. Y había donado más dinero para caridad de lo que nadie podía imaginar, para amigos con necesidad y para el equipo.
Tenía la seguridad de que ella ya sabía todo aquello y no se había impresionado. No creía que fuese capaz de ser un caballero.
Dejó de pensar cuando encontró una copia en tapa dura del Gran Gatsby, uno de sus libros favoritos. Después se sentó en el sofá con las piernas extendidas. Los sofás femeninos y los jugadores de futbol raramente se ajustaban bien, aunque aquel era bastante confortable, aunque podía ser algo más grande.
Estaba entrando en el clímax de la historia algunas horas más tarde cuando miró hacia arriba y vio a Paula de pie en la entrada. La verdad, ella miraba fijamente el libro en su mano.
Probablemente no pensó que pudiese leer y que los libros de su habitación subterránea eran meros adornos.
No consiguió indignarse. No cuando ella tenía tan buen aspecto.
—¿Eso es lo que vas a llevar?
Ella desvió la mirada del libro, pasó los dedos por las suaves ondas rubias y empujó los hombros hacia atrás.
—No, esto lo uso para hacer un sándwich. Me vestiré para mi cita más tarde.
Pedro estaba muy ocupado mirándola para prestar atención a su sarcástica observación.
¡Joder! Era magnífica. Esa cosa roja, pequeña y de encaje que vestía daba la impresión de ser transparente. Era el tipo de vestido que los hombres mirarían insistentemente toda la noche para ver si podían, tal vez, solo tal vez, ver algo que no debían.
Sin embargo ella no parecía desdeñable ni mucho menos.
Paula no podía ser una perra aunque alguien pusiese una pistola en su cabeza. En ella, el vestido rojo que caía por su cuerpo y los zapatos de tacón alto eran sexys y elegantes.
—Estás hermosa.
Los grandes ojos azules brillaron de sorpresa y Pedro percibió que le gustaba sorprenderla. Mucho. Finalmente había hecho algo que la hacía sentirse bien en vez de enfadada e irritada con él.
—Espero que ese tipo valga la pena.
Era mucho por el momento, pensó mientras ella giraba y entraba en la cocina. La siguió y abrió el frigorífico.
—Coge lo que quieras — dijo ella llena de sarcasmo nuevamente.
—Podría — dijo él mientras movía las botellas de zumo orgánico.—¿Tienes algo aquí que podría hacerme sentir como un idiota de patio?
—No bebo — dijo ella actuando como una monja.
Una nueva fantasía estalló en la cabeza de él. Una vez que consiguiese meterla en su cama tal vez pudiese convencerla de jugar al altamente excitante papel de monja que decide comportarse de manera indecente, con zapatos de tacón y sexy vestido rojo. Era una imagen agradable. Bastante agradable.
—Tú no debieras tampoco. — dijo ella y su polla se puso más dura bajo la cremallera de los vaqueros por lo que le llevó varios segundos comprender de qué estaba hablando.
— ya que tu cuerpo es tu trabajo, no puedo entender como el alcohol puede ayudar.
El cogió una botella de zumo de zanahoria orgánica y la abrió, bebiendo directamente de ella. Una mirada de disgusto cruzó el rostro de ella. Era realmente predecible.
Llevó el recipiente ahora vacío al fregadero y lo lavó
—Estoy de acuerdo contigo.
Eso la hizo calmarse.
—¿Entonces por qué bebes?
—No bebo.
Ah, allí estaba la sorpresa nuevamente.
—¿Realmente esperas que crea que vas a clubs de strippers sobrio? — Movió a cabeza — Estás loco
Ella no necesitaba saber que había dejado de beber diez años atrás. La mañana en que ella se fue y nunca volvió.
—Mi padre era un borracho.
Ella movió la cabeza.
—Lo sé, pero pensé…
Sonó el timbre y todas las cosas que Pedro quería decir se quedaron perdidas en la súbita ira hacia el cretino del otro lado de la puerta que podría tocarla.
Las próximas dos semanas Paula estaba fuera de circulación.
Para todos excepto para él.
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