BELLA ANDRE

miércoles, 9 de noviembre de 2016

CAPITULO 19 (SEGUNDA HISTORIA)





Pedro resistió el deseo de barrer nuevamente el aparcamiento para ver a Paula. Había estado en eventos como aquel un millón de veces; no necesitaba que una agente lo cogiese de la mano. Infierno, no debería necesitar verla de aquella manera. Habían pasado apenas algunas horas desde que había tenido sexo con ella y ninguna otra mujer se había apoderado de su cabeza, y de su cuerpo, tan deprisa.


Estaba orgulloso de lo que su fama y dinero habían hecho en Inner Sunset, distrito de San Francisco. Aquellos chicos no tenían equipos de fútbol en sus escuelas porque el distrito no contaba con dinero para campos, luces, uniformes o entrenadores. El estadio Alfonso era apenas el principio. Él encabezaba un consejo compuesto por algunos de los grandes negociantes locales junto con otros millonarios con los que había hecho amistad a lo largo de los años. Sin embargo ahora su realización le pareció vacía.


Estaba oyendo a un profesor decir lo excitados que estaban los chicos por poder verlo cuando su piel empezó a vibrar. 


Paula había llegado. Disculpándose se giró y fue hacia ella.


Lo miró directamente. Había algo diferente en ella. Parecía increíblemente confiada y casi salvaje. E incluso más hermosa, si tal cosa fuera posible.


Estaba tentado a empujarla hacia el nuevo vestuario y poseerla contra el rojo brillante de los armarios de metal.


¡Mierda! Necesitaba escapar de la fantasía. Pero no conseguía poner sus pensamientos en orden, no conseguía saber cómo la saludaba normalmente antes de haberse acostado con ella. No cuando olía tan bien y parecía tan increíble.


Ella rompió el silencio salvando su trasero.


—Felicidades por el estadio Pedro —dijo mientras miraba hacia la hierba verde brillante, las bancadas de madera y la iluminación profesional—. Realmente estás haciendo algo bueno para esos chicos, apuesto a que saldrán grandes jugadores de aquí.


¡Dios! Era increíble. ¿Cuánto tiempo había buscado una mujer que entendiese su pasión por el juego? Paula estaba muy metida en todos los aspectos del fútbol. Tenía que estarlo quería hacer bien su trabajo, pero era más que eso, también estaba verdaderamente interesada en hacerlo bien, al contrario que algunos agentes que estaban en el negocio solo por el dinero fácil y rápido y vendían a un jugador por el precio más alto. No importaba el motivo.


Realmente Paula merecía algo mejor que él. Merecía una casa de barrio con valla blanca y un hombre que viniese de un lugar sólido como ella.


No alguien que casi había matado a su mejor amigo.


No un tipo que vivía con su pasado cada maldito día, que mantenía sus secretos escondidos como un cobarde, para que nunca viesen la luz del día.


Su boca estaba apretada cuando finalmente respondió.


—Han conseguido mucho hasta ahora. Estoy satisfecho.


—No hay problema en llevarse parte del mérito —dijo ella mientras colocaba una mano en su brazo—. Fue tu dinero lo que hizo que esto ocurriese.


El dinero era la parte fácil. Ser feliz, y estar bien con la vida, daba trabajo. Incluso así, no iba a llevarse el mérito por todo el trabajo de las múltiples personas que habían conseguido levantar aquel campo de distrito.


La organizadora del evento vino a ver si necesitaba algo y Paula se presentó.


—Soy Paula Chaves, agente de Pedro.


Pedro puso una máscara inexpresiva en su rostro hasta que la mujer se fue.


—¿Cuándo cambiaste de idea?


—Tenemos que ir a sentarnos en el palco —dijo ella llevándolo a través del campo como a un perro por el collar y continuando—. Esta tarde —dijo como una reflexión tardía.


Él quería abrazarla, besarla con insensatez y descubrir cuál había sido el motivo. Pero no podía hacerlo frente a todas aquellas personas. Ni nunca más si escuchase a su conciencia.


—Trabajar contigo no será diferente que trabajar con JP —dijo con voz firme.


—Cuidado con lo que haces con él —le advirtió.


—Creo que debería estar más preocupada contigo —el fuego iluminó sus ojos.


Con eso se fue a presentarse a los otros miembros de la directiva. Ya que su padre estaba en aquel negocio desde hacía años, conocía a varios de los jugadores que estaban allí.


—¡Paula! —dijo Octavio—. No te he visto en años. Ciertamente has crecido bien.


Otro par de sujetos estuvieron de acuerdo con sus elogios haciendo que se ruborizase.


Pedro lo vio todo rojo. ¿No se daban cuenta de que era muy joven para ellos? ¿Muy inocente? Ahora estaban casados y tenían hijos, pero él sabía de su pasado sucio y pervertido.


Silenciosamente, descubrió a quien iba a desbancar primero. 


Octavio había sido un linebacker mediano, pero con su velocidad, Pedro sabía cómo hacer para que los tipos deseasen no haberse cruzado en su camino. Le gustaría coger a cada uno de ellos por separado, pedazo a pedazo para buscar a otros jugadores que ocupasen su lugar en la comisión.


Oyéndose a sí mismo, podía ver que se estaba  transformando en un loco. ¡Jesús! ¿Cómo podía esperar que aquellos tipos actuasen como un padre y no como sujetos tarados intentando follar con ella o mirar por debajo de su ropa cuando él mismo no podía controlarse ni treinta segundos?


Una docena de jóvenes adolescentes se acercó a su grupo y su atención se dirigió a ellos. En última instancia el fútbol había salvado su vida, sin eso, sería solo otra estadística. 


Otro conductor borracho y menor que estrellaría su coche robado en un árbol porque no tenía nada por lo que vivir. 


Esperaba que el programa de fútbol anual que estaba instaurando allí ayudase a aquellos chicos a salir de los problemas o consiguiese que dejasen cualquier otro problema en que estuvieran metidos.


Cayó en el ritmo familiar de los vestuarios y casi fue capaz de olvidar su ridícula fascinación por Paula. Pero no era suficiente. Por el rabillo del ojo observaba como usaba su encanto con todos con los que hablaba. Los hombres babeaban y las mujeres querían ser su mejor amiga.


Cuando la multitud se sentó para los discursos se aseguró que estuviese a su lado. ¿Quién sabía lo que otro tipo intentaría?


Ella parecía fascinada por el orador, un director de escuela de segundo grado al principio de los treinta. Racionalmente, sabía que aquel tipo era su pareja perfecta y si tuviese una gota de decencia, tendría que convencerla de que saliese con él.


Por el contrario, aquello acabó con su control de mantenerse lejos del hombre y agarrarlo.


No podía dejar que otro tuviese a Paula. No un director de escuela, ni uno de los antiguos jugadores que babeaban encima de ella, y definitivamente, ningún tipo como JP, que la dejaría en la estacada en cuanto follase sin sentido con Paula.


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