—Hola, mamá.
Paula estaba sentada en el asiento trasero de un taxi camino al aeropuerto,
Pedro los seguía de cerca en su auto. No le había dicho ni una palabra al salir de la ducha y aunque apenas le había sacado sus ojos de encima hasta que llegó el taxi,
no la habría presionado.
Había abierto el artículo en su teléfono al minuto en el que había subido al taxi. Cada palabra que Cynthia había escrito —sobre cómo Pedro y ella habían parecido un cuento de hadas cobrando vida, sólo para darse cuenta de que, por
desgracia, su relación realmente era demasiado buena para ser verdad— había arrancado otro pedazo del corazón de Paula. Ahora, mientras su madre derramaba simpatía en la línea inalámbrica, otra ola de dolor se apoderó de ella.
—Lo siento —le dijo en voz baja a su madre—. Nunca debí haber mentido. Sobre todo cuando sabía desde el principio que no todo estaba bien. —Había evitado a propósito ver o hablar con sus padres y hermanas durante la semana
porque no había querido enfrentarse a la verdad. No había querido ver que se estaba comportando como una loca.
No una loca buena, lo que sea que había pensado que era eso. Una loca mala.
Pero ahora que se estaba forzando a ser honesta, completamente y dolorosamente honesta, ¿no era también cierto que la forma en que se sentía mientras estaba sentada en el asiento trasero del taxi no era del todo culpa de Pedro?
No la había obligado a hacer nada, no la había retenido con una pistola en la cabeza y la había hecho decir las cosas que le había dicho a su familia, amigos y a la periodista.
Justo como le había dicho, todo lo que había hecho, todas las mentiras que había dicho, había sido en última instancia su elección. Estaban totalmente en su propia cabeza.
Sopesando en su vientre.
Creando agujeros en su corazón.
—No —dijo a su madre—, no culpes a Pedro. Estaba haciendo lo que creía que era correcto para su abuela enferma. Casarse conmigo era lo que pensaba que tenía que hacer para hacerla feliz.
El taxista giró un poco la cabeza como si estuviera tratando de escuchar la respuesta de su madre.
Francamente, a Paula ya no le importaba. Todo el mundo sabía lo idiota que había sido.
Todo el mundo sabía que se había enamorado de un hombre que no la amaba de la misma manera.
—No estoy poniendo excusas por él —dijo—. Lo que finalmente estoy haciendo es decir la verdad.
Sería tan fácil caer en los consoladores brazos de su madre, dejar que sus hermanas se reunieran a su alrededor, dejar que todas crucificaran al hombre con el que se había casado. Tan fácil.
Y tan falso.
—Cometí un error, mamá. Y sobreviviré.
De algún modo, de alguna manera, había resuelto cómo recoger los pedazos y seguir adelante con su vida. Un día la gente dejaría de sentir lástima por ella. Un día encontraría a otro hombre para salir, casarse, amar. Y un día se iría a la cama y se daría cuenta de que no había pensado en Pedro por minutos. Incluso horas.
Pero justo en ese momento, justo cuando pensaba que por fin se estaba diciendo a sí misma la verdad, cometió el error de mirar por el espejo retrovisor.
—Prométeme que lo recordarás, cariño. No importa lo que pase. Prométeme que no olvidarás que te amo.
Oh Dios, no lo había olvidado. ¿Cómo podría, cuando sus declaraciones de amor todavía sonaban en sus oídos, cuando todavía podía sentir la dulzura de su tacto en toda la superficie de su cuerpo?
Pero aceptar el amor de Pedro no era sobre recuerdos. Era sobre confianza.
Y confianza era algo que no tenía.
* * *
Pero cuando se la encontró en el puesto de control de seguridad, ella esperó silenciosamente a que se pusiera
sus zapatos y se acercaron juntos a la puerta de embarque.
No parecía enojada. No se veía como si estuviese a punto de llorar.
Simplemente no parecía que le importara nada de cualquier manera. Eso fue lo peor de todo, Pedro se dio cuenta mientras caminaba por el aeropuerto a su lado:
Su resplandor se había ido.
Y era su culpa.
Quería ponerse de rodillas y suplicar su perdón. Quería mantenerla quieta frente a él hasta que accediese a escucharlo. Quería besarla hasta que creyese que la amaba.
Pero estaban en la plataforma, por lo que no podía hacer ninguna de esas cosas. Lo único que podría hacer era dejar perfectamente claro para cada persona observando que si se atrevían incluso a decir una palabra a cualquiera de ellos, o tomar una fotografía con un celular, lo lamentarían profundamente.
Mierda. No soportaba ese silencio. No soportaba saber cuánto lo odiaba Paula. No soportaba saber cuánto se lo merecía.
Sacó su teléfono, escribió un mensaje de texto. Oyó un zumbido en su bolso y pensó por un minuto que lo ignoraría.
Pero luego metió la mano en su bolso.
TE AMO. POR FAVOR, PERDÓNAME.
Pasó el dedo por la pantalla táctil y borró su mensaje, después dejó caer el teléfono en su bolso, su expresión no cambió ni una vez.
Lo que más le dolía era estar tan condenadamente cerca de Paula, teniendo un centenar de cosas que quería decirle, y sabiendo que no escucharía ninguna de ellas
Ella se alejaría antes de que tuvieran la oportunidad de ver lo que podría haber sido.
Y nunca creería que la amaba.
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